Matías y su mujer se quejan de su situación económica. Aparece en la puerta de su casa el doctor Valencia. Él le informa a Matías que tiene que irse del país por un tiempo y que él será su reemplazo. Que no trabaje más como cobrador y sea profesor. Hace las llamadas necesarias y se va, rápidamente, sin dejar espacio a una opinión de parte de Matías, quien queda pensativo y luego de un momento admite que es lo mejor para él. Se encerró en el comedor, no quería interrupciones.
A la mañana siguiente salió rápido y feliz con lo que había aprendido sobre historia en la noche. Llegó al colegio diez minutos más temprano de la hora y le pareció poco profesional. Mientras esperaba, un poco alejado, a que sea la hora, vio su rostro en el espejo. Se notó cansado. Luego, confundió lo que había aprendido y pasó a revisar sus apuntes. El portero no dejaba de mirarlo. Matías se alejó nuevamente. Nuevas cosas lo confundían.
Recorría las calles cerca del colegio. Volvió a toparse con una vidriera y con el reflejo de su imagen. Tenía ojeras. Se quedó observando el parque. Iba a entrar al colegio cuando vio al lado del portero a unos hombres canosos que lo observaban. Recordó a los jueces a quienes culpa de no haber tenido éxito en sus estudios. Huyó. El portero lo siguió y le preguntó si era él el señor Palomino, que lo esperaban. Él respondió que era un cobrador, que se había confundido de persona. Siguió su camino, cayó y quedó recostado sobre una banca.
Despertó a la salida del colegio de los niños. Se sentía confundido y humillado y siguió su camino a casa. Su mujer lo esperaba con los brazos abiertos. Le preguntó cómo le había ido y Matías mintió al responder que muy bien. Se dio cuenta que su esposa lo miraba por primera vez con orgullo. Se echó a llorar.
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